Si no fuera por ella no conoceríamos a Pollock, Calder o Kandinski

Aunque pertenecia a una familia estadounidense rica y prestigiosa, tras la muerte de su padre se sintió humillada por ser “una pariente pobre”... Llevó una vida intensa y tempestuosa, dedicada al arte, a los perros y al amor.

- EUNICE CASTRO ORCHILLES

Peggy posó junto a unas obras de arte en el Museo de Arte Moderno, en Nueva York, en 1942,

Marguerite “Peggy” Guggen-heim nació el 26 de agosto de 1898, en un apartamento del hotel Majestic, en Nueva York. Sus padres, Benjamin “Ben” Guggenheim y Florette Seligman, se habían casado el 24 de octubre de 1894; él tenía 29 años de edad, y ella, 24. Ben era atractivo; Florette, no tanto. Ambos provenían de familias judías emigrantes de Europa, que llevaban dos generaciones haciendo fortuna en Estados Unidos. Ben era el quinto de los siete hijos del magnate Meyer Guggenheim, dedicado a la minería y poseedor de una gran fortuna. Los Seligman eran menos ricos, pero estaban más arraigados en la alta sociedad. El padre de Florette, James Seligman, era un prominente banquero de Nueva York y socio principal en la firma J & W Seligman.

Cuando Peggy llegó al mundo, ya tenía una hermana de casi 3 años de edad, llamada Benita. Ambas se adoraron.

Un año después de su nacimiento, sus padres se mudaron del Majestic a una gran casa que Ben había mandado a reconstruir, cerca del Central Park; tenían como vecinos a los Rockefeller, los Stilman y la viuda del presidente Ulysses S. Grant.

—¡Ahora vivimos como es debido! —exclamó Ben, orgulloso.

El 13 de abril de 1899, nació Hazel, su tercera hija.

Florette era una mujer distante, tacaña, y tenía el hábito de repetir tres veces todo lo que decía, al punto que una vez pidió a un diseñador de sombreros uno “con una pluma, una pluma, una pluma”, y se lo hicieron con tres plumas.