Por una serie de circunstancias familiares, que incluyen prolongadas estancias en clínicas y hospitales, es ésta la primera temporada que no he podido ir a cazar el corzo, ni perspectivas razonables a corto plazo. Me siento muy raro, huérfano, carente. Algo está incompleto en mi vida...
Deambulo por mi casa y casi evito echar la mirada al armario de caza, donde reposan aburridos los rifles, visores, mochilas y botas. Puedo oír sus silenciosos reproches a través de la puerta. Rehúyo la vista de los trofeos en las paredes. Sé con seguridad de qué corzo es cada uno de los cráneos, en qué cazadero lo abatí, cómo se desarrolló el lance y qué me cuenta cada cual. Hay de todo: el que me recrimina huraño por haberlo abatido antes de tiempo, con el prometedor futuro que iba a tener, el que todavía sonríe con sorna, manteniendo que aquel disparo fue pura chiripa, y el que honestamente me reconoce con respeto que aquel amanecer hice las cosas comme il faut.
Mi mente se evade a los sotos de castaño, los bosques de ribera, prados de siega, brezales de cuerda...
هذه القصة مأخوذة من طبعة Julio 2019 من Caza Mayor.
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