Jenna comenzó a experimentar con alcohol y marihuana cuando tenía 18 años. En sus 20 pasó a drogas farmacéuticas como el Adderall y la oxicodona, tomándolas cuando salía de fiesta o, en caso de medicamentos como el Xanax, para automedicarse contra la ansiedad. No tenía prescripciones médicas reales para ninguna, pero no era un problema: conseguir pastillas era fácil en el restaurante donde trabajaba, siempre había alguien dispuesto a compartirlas.
Jenna sabía que había riesgos, por supuesto, como los habría con cualquier uso recreativo de drogas, pero rara vez tenía problemas. Era funcionalmente activa y conocía sus límites. Nunca tuvo motivo para preocuparse por lo que en realidad contenían las pastillas que tomaba. "Todo era prácticamente lo que parecía ser", dice. Además, confiaba en sus fuentes. Pero ¿hoy? Una historia muy diferente. "El panorama es nefasto", considera ahora, con 35 años y trabajando en reducción de daños. "No puedes confiar en nadie para que te dé lo que dicen que te están dando". Como están descubriendo cada vez más mujeres, también es casi imposible confiar en las propias pastillas.
هذه القصة مأخوذة من طبعة Abril 2024 من Cosmopolitan México.
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