Son esos lances monteros, que siempre contamos delante de la lumbre de una buena candela, cuando tenemos la suerte de poder pasar la noche anterior a la montera en la casa de la finca. All sentados y con un vasode vino entre las manos, recordamos aquellos que, por una u otra causa, se nos han quedado en la memoria, esa que dicen que esselectiva y solamente recuerda los buenos momentos vividos, relegando al olvido los malos que de todo hubo.
Aveces se exagera en la narración o se adorna con algún detalle inventado, pero solo se hace para mejorar lo ocurrido, como me decían algunos de esos contadores de historias, con una media sonrisa entre socarrona y seria, cuando yo miraba entre incrédulo y emocionado, pero ya se sabe la fama de mentirosos que arrastramos cazadores y pescadores, ¡qué le vamos a hacer! Estos tres lances monteros, que os paso a contar, sucedieron tal cual los relato, palabra de honor, eso sí, aderezados con algunos nombres y lugares que he cambiado, para no dar demasiadas pistas de donde sucedió, sé que me lo perdonarán. Así que sin más preámbulos, comienzo la narración de este primer lance, que se gestó a muchos kilómetros de donde sucedió.
LA PRIMERA MONTERIA DE HANS
Aquella tarde de septiembre estábamos mi padre y yo sentados en un chiringuito playero de la Costa Tropical de Granada, cuando se nos acercó un buen amigo de mi padre, Hans, un suizo nacido en un cantón de lengua alemana y aficionado al rececho, que había practicado con asiduidad en el centro de Europa, antes de adquirir una finca en los alrededores de Motril, que había dedicado al cultivo del aguacate. La conversación derivó, como siempre, hacia temas cinegéticos y en particular de la montería, modalidad que Hans desconocía totalmente, pero que le atraía bastante. Mi padre le dijo que por qué no monteaba aquella temporada con la organización de su hermano Eulalio y estuvo más que conforme con adquirir una acción para la campaña que ya estaba muy próxima.
Diese Geschichte stammt aus der Noviembre 2018-Ausgabe von Caza Mayor.
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