La Magnífica Sra. Prada

El recién inaugurado espacio artístico Torre de la Fundación Prada refleja la genialidad de la mujer detrás del imperio, y es hogar de una colección personal que se rebela en contra de la convención, como su dueña vanguardista. En una entrevista inusual, Justine Picardie conoce a Miuccia Prada, una diseñadora de moda mundialmente reconocida cuyas verdaderas pasiones parecen ser la política y el arte.

Era una mañana veraniega aquella en la que visité la Torre, el espacio artístico recién abierto en la Fundación Prada, como preparativo para mi cita con la mismísima Miuccia Prada ese día más tarde. El cielo de Milán era de un azul tan resplandeciente que las inmaculadas paredes blancas de concreto de la Torre parecían más deslumbrantes en contraste, y la estructura de 200 pies de altura parecía una escultura destellante levantándose por encima del grupo de edificios que constituyen la Fundación Prada, diseñada por el arquitecto holandés Rem Koolhaas.

Ya había visto la Torre por la noche, meses antes, en febrero, durante el show de Prada en el que la colección fue presentada en el cuarto piso del edificio. La construcción no estaba completamente terminada en ese entonces, lo cual le añadía un factor de peligro a las estancias; un piso con espejos negros aparentaba guiar a un vacío de oscuridad mientras, más allá de los vastos ventanales, la audiencia podía ver el panorama de la ciudad iluminada con letreros neón de Prada volando como ovnis caricaturizados (la figura de una araña, de un mono y hasta de un dinosaurio, entre ellos). Cuando me senté a presenciar el espectáculo –que fue filmado por un siniestro dron– se me ocurrió que era la experiencia más similar a observar una pieza de arte vivo. No eran prendas seductoras las que estábamos viendo pasar; en lugar de eso, el desfile de modelos utilizó botas de hule, rellenos fluorescentes, capas funcionales de ropa de trabajo por encima de vestidos de tul, con tarjetas de identificación añadidas, como en una distopía de ciencia ficción.

Arriba: Blue Line (1988), de John Baldessari. Izquierda: