El rapero meloso Drake

Afrocanadiense de ascendencia judía, actor juvenil convertido en rapero exitoso que pelea el trono a los pesos pesados del hip-hop con sus ojos de cachorro a medio morir, apelando a sus sentimientos en un género que ve con suspicacia semejante atrevimiento, pero moviendo las piezas de ese engranaje a su favor, ganándose en el camino a una legión de detractores y a un ejército de fans...

- Ilustración y texto: Manuel Meza

A punto de cumplir 30 años, Aubrey Drake Graham —el rapero canadiense mejor conocido como Drake— ha pasado de ser una anomalía en el género, a escalar los pel daños en el reino de los beats sincopados que antes brillaba de metales preciosos y piedras cegadoras sobre pechos desnudos, soltando palabrotas a voz en cuello y máximas reivindicadoras raciales y de barrio, al tiempo que destilaban un discurso misógino, homofóbico y violento que ahora, artistas como él, pero antes Kid Cudi, Kanye West y más adelante Kendrick Lamar, han cambiado las reglas del juego desplazando ese contraproducente hipermachismo, por un hip-hop más en contacto con las emociones universales sin tener que sacrificar su belicosidad.

El jovencito judío birracial (de madre blanca y padre afroamericano) no encontraba su lugar en las escuelas tradicionales y tenía que sortear toda clase de expresiones racistas: “En el Forest Hill Collegiate Institute era un marginado. Todos eran judíos blancos y eso fue duro. Siempre era el último chico en ser invitado a las fiestas. Estoy orgulloso de ser judío, aunque no sea ortodoxo, pero celebro las fiestas con mi familia, pero en la escuela se referían a mí como schvartze (término en yiddish contra los negros). Después, en la Academia Vaughan Road, de alumnado más diverso, había chicos apuñalándose al lado de otros que eran campeones de equitación, actores, patinadores y raperos. Era muy padre”.