DESASTRES CRISTIANOS EN LAS CRUZADAS

En su mayor parte, la épica de las cruzadas fue, para Occidente, la de las derrotas. Las batallas de los Cuernos de Hattin y La Forbie, entre otras, simbolizan ese querer y no poder frente a unas fuerzas superiores que "jugaban en casa".

- ENRIQUE F. SICILIA CARDONA

El espíritu de cruzada que comenzó en el Concilio de Clermont, en 1095, impregnó a las mentalidades europeas occidentales durante varios siglos y propulsó sus múltiples empresas hacia Tierra Santa, en esos tiempos, en poder de los musulmanes. La ingenua llamada de Pedro el Ermitaño hacia Oriente acabó desastrosamente en 1096, pero, tras el inaudito éxito de la primera cruzada, coronada con la conquista de Jerusalén en 1099, los cruzados se fueron asentando en territorios próximos a la costa mediterránea, con esa prestigiosa ciudad como centro neurálgico de los nuevos reinos cristianos. En años venideros seguirían llegando más y más peregrinos europeos, así como grandes masas militares, para afianzar lo conquistado o reverdecer laureles, aspiraciones que no tardaron en frustrarse y depararon, incluso, incuestionables desastres entre los occidentales.

Las primeras derrotas

Las proezas de los primeros cruzados parecieron sobrenaturales, pues, en unas circunstancias muy complicadas, vencieron sucesivamente a cuantos ejércitos musulmanes se les enfrentaron, en batallas como Dorilea, primer enfrentamiento serio de ambas culturas marciales en esa época, Antioquía, donde sufrieron más de un aprieto táctico, o Ascalón.