Facturas pendientes

Desde Argentina, estas delicias se presentan como la excusa ideal para arrancar el día, enmarcar la tarde y retomar conversaciones. Con el arte de STEPHANIE RAMÍREZ y las palabras de RAMÓN BARRETO.

- RAMÓN BARRETO

Contrario a lo que podría sugerir su nombre, especialmente en el resto de países de habla hispana, las facturas argentinas no tienen que ver con gastos inesperados, saldos inflacionarios por pagar o el recibo que llega tras una transacción comercial. Al menos no de entrada. Lo cierto es que el origen de estos panecillos dulces (y también salados), tiene mucho que ver con el verdadero sabor y la historia de la Argentina, como lo revelan los libros de cocina tradicional.

En siglo XIX, cuando el Río de la Plata se abría ante los barcos repletos de migrantes europeos, listos para echar raíces, y así crear una nueva historia alejada de los horrores de las guerras –y todas sus hambrunas– esta deliciosa variedad de masas confitadas se originó al tomar el savoir-faire y las técnicas tradicionales de bollería del viejo continente. No obstante, como ha ocurrido con los alfajores, con el vino, el queso, y con el sonido del acordeón; una vez que se produce algo en suelo argentino, es imposible que no tenga su propio acento y una cadencia que lo hace único.

En medio de la era industrial, de las revueltas por la reivindicación de los derechos laborales y la consolidación política de la Argentina, los sindicatos de panaderos y pasteleros –muy conocidos por sus ideas revolucionarias y anarquistas– cambiaron poco a poco los nombres europeos de sus panes, para así dejar pequeños llamados de atención al gobierno, a los militares, a la policía y a la Iglesia Católica, en cada bocado mañanero.