Fascinado desde pequeño con el mundo de las fragancias solía tomar los frascos vacíos de per-fume de mi madre y rellenarlos con alcohol, elíxires clásicos de la época o lo que encon-traba en el botiquín para crear, pensaba, un aroma adecuado a mí. De malos a fatales, los resultados nunca me desanimaron y continué experimentando hasta la adolescencia, combinando perfumes finos con otros de farmacia, con la misma finalidad: hallar mi propio aroma. Realmente logré un buen resultado años más tarde, yuxtaponiendo Higher, de Christian Dior, con Gardenia de Les Exclusifs, de Chanel. El mundo entero me preguntaba qué llevaba puesto. Lo había conseguido: oler como nadie más. Por eso, la idea de enterarme de un sitio exclusivo en París, donde se pueden crear perfumes de lujo personalizados, me atrajo como la abeja a la miel.
En los inicios de los 2000 tuve la oportunidad de escribir sobre un servicio de lujo que ofrecía la casa Guerlain para mezclar fragancias basadas en la personalidad, recuerdos y deseos del cliente. En aquel momento sólo ciertas princesas árabes y burgueses del mundo eran los usuarios de dicha alquimia, en el que el comprador recibía su fragancia en un frasco de cristal cortado y, ya con la fórmula a su nombre, podía repetir el perfume cuantas veces quisiera.
Esta historia es de la edición Noviembre 2019 de Harper's Bazaar en Español.
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