En la mente del conspiranoico

Para muchas personas, misteriosos poderes manejan los hilos del mundo y nada sucede por azar. ¿Qué claves psicológicas explican la fe en las teorías sobre maquinaciones ocultas?

- Por Migue Ángel Sabadell

El avión de Germanwings estrellado en los Alpes por el copiloto Andreas Lubitz el 24 de marzo de 2015 fue en realidad derribado por un láser del gobierno estadounidense. El ensayo del secretísimo programa Sistema de Defensa Aérea de Láser Líquido de Alta Energía (HELLADS) pretendía destruir un misil intercontinental lanzado como blanco, pero falló y alcanzó a la aeronave comercial.

Tampoco cabe duda de que el MI6 –el servicio de inteligencia del Reino Unido– orquestó un complot para asesinar a la princesa Diana, que representaba una amenaza para el futuro de la casa real británica. En España hay gente que sigue creyendo que los atentados del 11-M fueron organizados por un contubernio de los servicios de inteligencia españoles y marroquíes, poderes de izquierdas, la ETA y yihadistas, todo para echar al Partido Popular del poder. Habría sido una exhibición de diplomacia y presciencia que habría obligado a los conspiradores a poner de acuerdo a organizaciones diametralmente opuestas, y a prever con exactitud cómo reaccionaría el gobierno español y cómo iba a influir la matanza en las elecciones de tres días después.

¿Qué convierte a alguien en conspiranoico y lo lleva a admitir la veracidad de estas retorcidas teorías sin pruebas? Este sesgo cognitivo se adquiere con los años y conduce a quien lo posee a ver la vida a través de un cristal distorsionado que le hace pensar que siempre hay una mano escondida tras lo que sucede. Todo suele empezar con la creencia en una teoría de conspiración cualquiera, como que los illuminati, una sociedad secreta del siglo XVIII, fueron el cerebro en la sombra de la Revolución Francesa, para terminar en una visión de la historia que la hace depender de siniestras confabulaciones.