A veces había duda cuando no conse-guían verles bien el morro por tenerlo muy embarrado, es decir, con los colmillos sucios, y entonces eran las circunstancias las que les daban la pista a los auxiliares de si era o no un buen macho. Los solitarios con gran corpachón y jorobas prominentes, con pelaje hirsuto y pincel en el vientre, no solían fallar, ya que se trataba de ejemplares que, una vez abatidos, presentaban grandes colmillos cubiertos de barro.
En las noches serenas y calurosas, casi sofocantes, los jabalíes parecían comportarse como los caracoles, salían todos
La verdad es que siempre, al llegar a la altura del jabalí derribado, se producía una desbordante alegría por parte de los iraníes presentes en el grupo de caza. Tanto el conductor como el guarda y el auxiliar se mostraban muy jubilosos con el cazador al haber acertado el tiro y también por haberlo eliminado casi como un enemigo.
Prestos lo disponían todo para las fotos de recuerdo y, tras la sesión, posando también ellos en muchas instantáneas, lo cargaban con mucha habilidad, con más maña que fuerza porque los grandes cochinos machos eran una mole para el conductor y el auxiliar, dado que el guarda no se manchaba las manos, antes bien les ayudaba el cazador en esas lides.
DE LO PINTORESCO A LA NATURALIDAD
Esta historia es de la edición Octubre 2019 de Caza Mayor.
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