Crecí en una región costera de Colombia con un clima implacable, donde andar desnudo es casi una necesidad.
Como Eva, cobré conciencia muy tarde de que andaba desnuda.
Mis padres nunca tuvieron misterio alguno con la desnudez y le transmitieron eso a sus cinco hijos. Corríamos libres por el mar, tal y como vinimos al mundo, explorando las diferentes partes de nuestra anatomía. Entre nosotros es común vernos desnudos, incluso ahora en nuestra vida adulta, es algo que pasa sin ningún morbo, con toda la familiaridad y naturalidad del mundo, precisamente porque nos enseñaron que la desnudez es algo natural. Y me di cuenta muy temprano de que el mundo en el que vivíamos no compartía la visión liberal de mis padres. Muchos de mis compañeros jamás habían visto a sus hermanos desnudos y los profesores se aterraban ante mi pensamiento crítico, y mis formas desenvueltas y silvestres, a su parecer. Tomé conciencia, entonces, que la desnudez es un tema tabú, como la religión o la política, y que no se puede opinar en público porque genera fuertes desacuerdos y/o polémicas.
Es algo que siempre me ha lla mado poderosamente la atención y es el tema principal que abordo como artista. Mi praxis individual me ha llevado a constatar cómo un simple cuerpo desnudo –que todos tenemos y así nacemos– ofende y causa tanta controversia.
Esta historia es de la edición Julio 13 - 2019 de Cosmopolitan en Español - México.
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