Eran las mejores amigas. Se conocían desde chiquitas y su amistad fue amor a primera vista. Juntas empezaron a descubrir lo que era la “adolescencia”: le contabas todos tus secretos, se hacían pipí de la risa, le decías tía a su mamá y vivías en su casa (ella también en la tuya).
Se prestaban la ropa, se arreglaban, lloraban y reían juntas. Se juraron amor eterno, de amigas. Festejaban cada cumpleaños en grande y se hacían cartas enormes con la leyenda de “por fa, nunca cambies. Te amo y te adoro. BFF”.
Muchas personas consideran que una amistad no es tan importante y se toman todo a la ligera; hay quienes nunca vivieron el rompimiento de una relación (me refiero a un largo noviazgo), pero sí con una mejor amiga de años. Y vaya que duele pues te imaginas viajes, o una en la boda de la otra siendo dama de honor y ayudándola con todos los preparativos.
Te imaginas un futuro con una amiga y los lazos al ser rotos, nos duelen y dejan marcas para siempre. Quisiera poder decir que no conozco a una sola niña que no dejó de ser amiga de su partner in crime de toda la vida pero, lamentablemente, no es así.
A veces, la amistad termina de una manera fea. A veces, tu amiga resultó ser sumamente ponzoñosa y se besa con el que te gusta. O peor aún: con tu novio. O peor: se acuesta con él. Y ¡pum! Amistad acabada por siempre.
Esta historia es de la edición Junio 11 - 2018 de Cosmopolitan en Español - México.
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