La relación entre la alta costura y la cultura drag no es nueva, pero sí cada día más estrecha. En su unión, ambas potencian sus características más fascinantes: el brillo, el exceso y la increíble capacidad de materializar en atuendos las más alocadas fantasías de sus creadores.
Imposible no notarla. Era una joven, como dicen algunos, mo-numental. Alta, curvilínea, glamurosa. Aparece en el video de la canción “Love Shack”, de The B-52’s –estrenado en el ya añejo 1989–, agitando su gigante pelo afro al ritmo del new wave. Su piel oscura, en contraste con el conjunto de top halter y hot pants en tenue color lavanda que vestía, provocaba un derroche de sensualidad. Hasta ahí todo normal, con el común denominador de los videos ochenteros –¿cuál no incluye mujeres exuberantes?–, pero, ¡oh sorpresa!, la fichada por los B-52’s no era una chica común y corriente. Esa bailarina de breve aparición en el video era nada menos que RuPaul. Y aquella actuación, brevísima, pero inolvidable, era apenas el comienzo de lo que muchos estudiosos del drag ya han definido como “una era”.
EL DRAG ANTES DE RU
Esta historia es de la edición Agosto 2018 de Harper's Bazaar en Español.
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