Más de cien años después de que los pioneros se hicieran ricos en el Yukón de Canadá, ese remoto territorio sigue siendo el hogar de quienes han respondido a “la llamada de lo salvaje”
Si las excavadoras de la mina de oro de Tony Beets se estropearan, él podría seguir escarbando utilizando sus manos. Son enormes y curtidas, como si fueran las de Dios el día que creó las montañas. Tony llegó al Yukón en 1982 y lo hizo por la misma razón que lo hicieron otros cuantos miles antes que él durante la fiebre del oro, de 1896 a 1899, pero esas viejas historias no le interesan mucho. “La historia es la menor de mis preocupaciones, para ser honesto contigo –comenta, con acento cerrado–. Está bien, pero podrían haber dejado un poco más”.
A pesar de todo un siglo de trabajo provechoso de los buscadores, todavía queda suficiente oro en estas colinas para haber hecho de Tony un hombre rico. Su pelo enmarañado y su barba pueden disimularlo, pero su patrimonio se estima en más de cinco millones de dólares. “Hemos venido aquí exclusivamente por el dinero –asegura–. Digamos que salió bien. Estamos ya un poco estropeados, pero como siempre digo… –muestra sus puños polvorientos–. ¡Valió la pena!”.
Esta historia es de la edición Enero 2017 de Lonely Planet Traveller - España.
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