En la guerra, toda victoria propia es una derrota ajena. En La batalla por los puentes, su nuevo libro, Antony Beevor (Kensington, 1946) concluye que la &uacute;ltima gran operaci&oacute;n aerotransportada de la Segunda Guerra Mundial fue m&aacute;s un desastre brit&aacute;nico que una victoria alemana. &ldquo;Fue un plan muy malo desde el principio y desde arriba [...]. La mayor responsabilidad, en todo caso, reca&iacute;a en Montgomery, por su voluntad de imponer a toda costa un plan mal concebido&rdquo;. Operaci&oacute;n doble con nombre nada castrense (&ldquo;Market&rdquo;, mercado, el asalto a&eacute;reo; y &ldquo;Garden&rdquo;, jard&iacute;n, el avance terrestre), pretend&iacute;a acelerar el fin de la guerra penetrando en el norte de Alemania a trav&eacute;s de Holanda. El I Ej&eacute;rcito Aerotransportado aliado tender&iacute;a una &ldquo;alfombra&rdquo; de paracaidistas para que los tanques del XXX Cuerpo de Ej&eacute;rcito brit&aacute;nico cruzasen el Rin. Antes deb&iacute;an superar otros seis obst&aacute;culos fluviales en solo 103 kil&oacute;metros. Monty se olvid&oacute; de los alemanes, que convirtieron la &ldquo;alfombra&rdquo; en la &ldquo;Carretera del Infierno&rdquo;.El plan ten&iacute;a demasiados defectos. Beevor los analiza uno a uno, mientras nos muestra el desarrollo de un combate que solo fue de mal en peor para los aliados. Ayuda a mantener el ritmo que la batalla tuviese cuatro escenarios principales: el avance terrestre por una &uacute;nica y vulnerable carretera (&ldquo;un frente de un solo tanque&rdquo;); el asalto de la 101.&ordf; Divisi&oacute;n estadounidense a Eindhoven; el de la 82.&ordf; a Nimega; y, sobre todo, la angustiosa pelea de la 1.&ordf; Divisi&oacute;n Aerotransportada brit&aacute;nica por el puente sobre el Rin de Arnhem. Lanzados lejos de su objetivo, los brit&aacute;nicos renunciaron al efecto sorpresa. No ayud&oacute; que su general quedase aislado por su imprudencia y que las radios no funcionasen. Pasada la vanidosa sorpresa inicial del prusiano Walter Model, que pensaba que toda la operaci&oacute;n era para atraparle, los alemanes reaccionaron con gran rapidez. Beevor elogia la eficaz organizaci&oacute;n que manten&iacute;a la Wehrmacht a esas alturas de la guerra, capaz de movilizar sus monstruosos tanques Tiger en horas.El sacrificio de los holandeses Como en sus mejores relatos, el historiador brit&aacute;nico reconstruye la batalla des de m&uacute;ltiples puntos de vista: el de los soldados y oficiales, defensores y atacantes, que luchan sobre el terreno; el de sus mandos (&ldquo;causa perplejidad [...] su manera de escurrir el bulto&rdquo;); y el de los civiles, las grandes v&iacute;ctimas. Millares saludaron con euforia la liberaci&oacute;n, solo para sufrir horas despu&eacute;s la destrucci&oacute;n de sus hogares. El plan de Monty ter min&oacute; con la casi aniquilaci&oacute;n de los paracaidistas brit&aacute;nicos y la terrible venganza alemana sobre los holandeses. Ejecutaron a decenas, si no a cientos, enviaron a 40.000 a Alemania como mano de obra esclava y provocaron una hambruna que matar&iacute;a, en &ldquo;el invierno del hambre&rdquo;, a otras 20.000 personas. Aun as&iacute;, el 28 de septiembre, Winston Churchill, que alent&oacute; el ataque, afirm&oacute; en la C&aacute;mara de los Comunes: &ldquo;&lsquo;No fue en vano&rsquo;, declaran con orgullo quienes han vuelto a nuestro lado. &lsquo;No fue en vano&rsquo;, reza el epitafio de los ca&iacute;dos&rdquo;. Nada m&aacute;s lejos de la verdad.

S&iacute;, Winston, Fue En Vano

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