Seis años, más de 150 países involucrados y cerca de 60 millones de víctimas. Las cifras de la Segunda Guerra Mundial son brutales por sí solas. Por ello, una de las primeras acciones de los aliados fue asegurarse de que la sociedad se enterara de lo acontecido, pues, como dijo el general Eisenhower, el mundo debía saber lo que sucedió para nunca olvidarlo. El cine ha honrado ese ruego al convertir el conflicto en uno de los temas más recurrentes de la industria, al grado de que la historiadora fílmica Jeanine Basinger considera que bien podría ser un género propio, al contar con sus propias convenciones.
La batalla cinematográfica arrancó en 1935 con Adolfo Hitler, quien usó al cine como parte de su maquinaria ideológica, apoyándose en su documentalista Leni Riefenstahl. Las películas de la cineasta, El triunfo de la voluntad y Olympia, sobreviven como hitos en la historia del género documental y como testamento del poder propagandístico de la maquinaria nazi. Hitler intentó evitar que sus enemigos hicieran lo propio, por lo que censuró la producción francesa y atentó contra los estudios soviéticos. No obstante, no pudo impedir que la URSS usara a la inaccesible Asia Central para rodar dramas como Raduga (1944). Tampoco pudo evitar que Estados Unidos se apoyara en Frank Capra, John Ford, Billy Wilder y Walt Disney para la creación de material propagandístico, así como en el poder de Hollywood para ficciones bélicas y thrillers como Casablanca (1942) y Saboteador (1942).
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