En memoria del cineasta neoyorquino que elevó el cine de horror a niveles autorales.
En el remake de La noche de los muertos vivientes, de 1990, la matanza que pone un fin pesimista al filme seminal que George A. Romero dirigió en 1968 es puntuada por una línea de diálogo que no está en la original. “Son como nosotros,” dice Barbara, heroína de esta versión, mientras una turba de campesinos juega tiro al blanco con los cuerpos de tres o cuatro zombies que han colgado de un árbol. “Somos como ellos, y ellos como nosotros”. Mucho y nada ha cambiado desde entonces.
Y es que George A. Romero ha muerto. Murió el pasado 16 de julio, a los 77 años, víctima de un cáncer de pulmón que habría sobrellevado de forma silenciosa. Romero ha muerto y con él se va un cineasta que –al igual que Wes Craven– habría de elevar el horror a la categoría de cine de autor: un cine rabiosamente personal, reflejo de las tensiones políticas y sociales de los años 60, de las guerras en Corea y Vietnam, y de la lucha por los derechos civiles, pero producto también de las libertades del Nuevo Hollywood.
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