Máquinas Mortales es la nueva aventura producida por el cineasta neozelandés responsable de El Hobbit y de esa casa de los sueños llamada Weta Digital.
Caminamos dentro del museo que alberga los objetos de un pasado ajeno a las nuevas generaciones: uno anterior a la llamada Guerra de los 60 Minutos, cuando la humanidad, cosa rara, vivía en ciudades estáticas, bien establecidas en puntos fijos del globo terráqueo. Lo primero que vemos al entrar es una enorme “M” amarilla semiquemada, perteneciente al letrero de algo que solía llamarse McDonald’s, seguida de “celulares” y “computadoras”. Esas cosas habitaron otra era, no mejor ni peor, simplemente otra forma de vivir. Ahora, nos dicen mientras caminamos por este museo erigido en los Stone Street Studios de Wellington, todas las ciudades tienen ruedas, son móviles y además depredadoras: rondan el planeta en busca de urbes pequeñas de las que se puedan apoderar.
En Máquinas mortales –cinta inspirada en la serie de libros escrita por Philip Reeve–, los seres humanos viven en estas ciudades nómadas de tecnología análoga. Son conjuntos de metal de forma apilada, que recuerdan a la construcción protagonista de El increíble castillo vagabundo, y que son fáciles de asociar a primera vista con el estilo steampunk. Pero que nadie le diga eso a Peter Jackson, su productor. “Esta película es futurista”, nos dice. “El steampunk es ciencia ficción ubicada en el pasado, en la era victoriana. Nosotros nos ubicamos 2,000 años en el futuro. Y tampoco es una distopía, sólo muestra otro tipo de sistema humano”.
Fantasías en Nueva Zelanda
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