Los Suárez

Bastan unos minutos de escucharlos, para percibir el amor que profesan el uno del otro; los Suárez son el ejemplo de que no existe una guía para trazar una paternidad perfecta, pero sí de que el amor es el instrumento ideal para hilvanar una relación sólida entre padre e hijo.

- Por Manuel Meza y Arturo Flores. Fotos Víctor Ayala

Héctor Suárez

Nombrar a Héctor Suárez el padre de la comedia en México suena descabellado, pero no porque el talento y el rango de este extraordinario intérprete sea insuficiente, sino porque cometeríamos el error de encasillar a una figura y su trayectoria que abarca muchos más géneros y soportes que ése. Además, ¿quién quiere ser padre de un género con rasgos esquizofrénicos y de niveles tan disparejos como la comedia que se hace en este país?

Desde el camerino donde Don Héctor –como le decía su maestro Carlos Ancira– se prepara para salir al escenario de El Telón de Asfalto a presentar el espectáculo “Los locos Suárez”, nos platica lo incidental que fue el encuentro de su vocación, su experiencia como actor de teatro clásico, su encuentro con Jodorowsky, las enseñanzas de Marcel Marceau y cómo ese envidiable currículum le sirvió para ser el novato en un subgénero en el que su hijo lo dirige por vez primera.

¿Cómo era Héctor Suárez como hijo?

Yo viví con mi abuela hasta los 18 años. Tengo madre, padre y padrastro, pero por circunstancias de la vida, vivo desde niño con mi abuela, una mujer maravillosa de la que soy su consecuencia: Josefina Guijarro Cruz, soldadera de la revolución. Una vieja sabia y fuerte, pero también de un corazón de oro.

Mi padre y mi madre se separaron desde que yo era niño y luego mi mamá se volvió a casar. Fui un hijo muy querido por mi madre, por mi padrastro, por mi abuela. Fui un niño solitario. Hasta la fecha soy un águila solitaria y digo eso por mi abuela –que era muy malhablada– pero era una chingona.