Philip K. Dick alrededor de 1962, © Arthur Knight.
En 1982, en la localidad californiana de Santa Ana, un paro cardíaco acababa con la vida del estadounidense de cincuenta y cuatro años Philip Kindred Dick, en concreto, el 2 de marzo, tres meses y medio antes del estreno de la película Blade Runner, basada en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Era el fin de un hombre cuya trayectoria personal había estado marcada por la muerte desde su nacimiento en Chicago: su madre daría a luz en 1928 a los mellizos Philip y Jane; esta moriría semanas después, aunque Dick diría absurdamente que había gozado de una infancia feliz a su lado —en una muestra en su confianza en los universos paralelos y la posibilidad de tener recuerdos en un subterfugio mental, que tanto se reflejaría en sus obras—, y en su lápida, además de incluir sus breves fechas, se grabaría el nombre del hermano, dejando un espacio vacío para rellenar los datos de su fallecimiento.
Semejante origen macabro y heterodoxo lo dice todo de Philip K. Dick, anticipa su genialidad creativa y de alguna manera justifica Šqué paranoicos genes le darían en herencia sus padres a tenor de esa precoz anécdota mortuoriaŠ las alucinaciones esotéricas que iba a sufrir. Dick se hizo adicto a las habituales drogas de la California jipi de los años sesenta y setenta, cuando estudiaba en la Universidad de Berkeley, donde se comprometería con grupos de izquierdas y en contra a la guerra de Vietnam, lo que le llevaría a ser investigado por el FBI, el cual incluso llegó a abrirle un expediente, y se intentó suicidar en varios momentos.
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