Deconstruyendo a Jake Gyllenhaal

De niño precoz a actor de método: el actor que pasó del chico sonámbulo con un conejo gigante como amigo imaginario al que se toma demasiado en serio, replanteando su forma de trabajar pero sin soltar el pedal del éxito, maniobrando entre proyectos que le aseguren integridad artística...

- Ilustración y texto: Manuel Meza

Laurence Olivier le dijo una vez a la maestra de actuación de Marilyn Monroe cuando ésta justificaba su indisciplina en la filmación de “The Prince and the Showgirl” (1957): “Actuar tiene todo que ver con la verdad y si puedes fingir eso tendrás muy buena carrera”. La historia demostró que Marilyn no la tuvo, pero se convirtió en la más grande estrella que haya dado el cine al mundo.

Y aunque para Jacob Benjamin Gyllenhaal (Los Angeles, 1980) ser hijo de un director y una guionista exitosa pudo haber iluminado su camino, el camino a la posición que tiene como actor protagónico a sus 36 años y más de 40 películas, ha sido forjado por una dedicación y trabajo que a veces ha rozado la obsesión: desde ganar masa muscular para un papel y deshacerse de ella para el siguiente, hasta indagar compulsivamente en los temas a tratar en su próximo proyecto, a veces enfrentándose a cuestionamientos de parte de sus compañeros de reparto o de plano sentirse fuera de lugar en un set donde las exigencias de sus colegas no empatan con las suyas.

Su debut fue en “City Slickers” (Underwood, 1991), al lado del legendario Billy Crystal y dos años después participó en “A Dangerous Woman”, dirigido por su padre Stephen Gyllenhaal, Pero fue en “October Sky” (Johnston, 1999) y sobre todo en “Donnie Darko” (Kelly, 2001) que el actor empezó a llamar la atención de los productores con su intensa mirada y esa facilidad para interpretar personajes fuera de la norma sin sacrificar empatía, por más que la rivalidad que se mostraba en pantalla con su hermana Maggie no estuviera lejos de la realidad.