Cuando el cincel se hizo pincel

Para Miguel Ángel, es la incidencia lumínica la que afecta todo: revela el volumen y pone en evidencia las masas, ya sea en la ficción de la pintura o en la tridimensionalidad de la escultura.

- Miquel Àngel Herrero-Cortell

MADONNA DE MANCHESTER (h. 1497), en la National Gallery de Londres.

Santità, io l’avvisai: io non son pitto-re, son scultore! Con semejante re-proche, disfrazado de humildad, se justificaba Miguel Ángel ante un impasible y severo Julio II (más pa-recido a lo que entendemos hoy por un capitán general del ejército que a un papa de la Iglesia). Unas manchas de sales y moho habían aflorado en la superficie del techo sólo unos pocos meses después de empezar el trabajo de affresco, quizá por alguna falla en el proceso. No era, en ningún caso, una renuncia: Miguel Ángel estaba simplemente deseoso de retomar el proyecto escultórico de la tumba del pontífice que, en cumplimiento de las órdenes papales, había debido abandonar en 1506 para pasar a centrarse por completo en la pintura de la bóveda de la Capilla Sixtina. Ambicionando nuevos retos, había aceptado el encargo con cierto recelo, aunque no de tan mala gana como se ha esgrimido, viendo en ello una oportunidad de medrar. Aquellas palabras eran, sin embargo, más una proyección de los gustos del artista que una afirmación categórica.