ECOS DE UN ACTO HEROICO

La pandemia del COVID-19 nos remite a este lienzo, donde se plasmó la epopeya del obispo de Marsella hace 300 años.

- Luis Felipe Brice

La enfermedad que se extendió por el mundo a principios de 2020 trajo a la memoria otras grandes epidemias en la historia de la humanidad. Una de las más recordadas es la gran peste de Marsella, que brotó en 1720, hace justo 300 años. El bacilo de Yersin —causante del grave, contagioso y mortal padecimiento— arribó a la ciudad portuaria del sur de Francia escondido en un cargamento de tela a bordo del Gran San Antonio, un barco que provenía del Oriente Próximo. A sabiendas de que la embarcación contenía la peste y varias personas habían fallecido durante la travesía víctimas de este mal, y además sin atender las reglas de sanidad del puerto, la nave descargó su letal mercancía. Inmediatamente la enfermedad cundió, matando a alrededor de 40% de una población que se calcula cercana a los 100,000 habitantes en aquel momento.

Aterrados, la práctica totalidad de los miembros de la élite civil y religiosa abandonaron la urbe, quedándose el obispo Henri François-Xavier de Belzunce y sus allegados. La misión de su permanencia era asistir confesionalmente a los numerosos moribundos antes del último suspiro, poniendo en riesgo sus propias salud y existencia. Al respecto, en una carta dirigida a un colega, el prelado escribió horrorizado: