En el país de las maravillas

El director creativo de Coach, Stuart Vevers y su esposo Ben Seidler, nos muestran su cálido hogar, enclavado en 16 hectáreas de campo, repleto de antigüedades y en la que viven con sus gemelos. Con la fotografía de NORMAN JEAN ROY y las palabras de LYNN YAEGER.

Caminamos sobre un puente en miniatura que cruza un arroyo en la zona rural del oeste de Connecticut, y vemos una pequeña casa sacada de un cuento de hadas —su estilo arquitectónico en realidad se llama storybook— y la fachada nos invita a entrar. Su revestimiento de madera está pintado de un profundo tono marrón chocolate, con las ventanas y la única puerta, en un tono verde bosque contrastante.

La casa —de seis habitaciones y un porche— data de 1937, me dice Stuart Vevers. “¡Wow!”, exclamo. “¿No es ese el año en que se estrenó la película Blancanieves?” Esta conversación no es tan extraña como podría sonar: Vevers, el británico que ha sido el director creativo de Coach durante más de una década, es un ávido fan de Disney, y yo, debo admitir con modestia, soy todo un erudito de las películas animadas, de hecho mi casa está generosamente decorada con Mickeys y Donalds por todas partes.

Vevers y yo ya hemos hablado de todo esto antes, así que ya sé que es un conocedor de las atracciones de Disney en todo el mundo, incluido el parque en Orlando, que ha visitado más de diez veces; y además descubro que una de sus primeras citas con su esposo, el diseñador de accesorios, Ben Seidler, fue en Disneyland París. Ahora él y Seidler se escapan a este refugio estilo cabaña con sus gemelos, River y Vivienne, quienes acaban de cumplir cuatro años y ya son compradores expertos de la Bibbidi Bobbidi Boutique de Magic Kingdom, en donde Vivienne se sometió a una transformación extrema y salió convertida en una princesa. Los dos me observan con cierto recelo, ¿serán mis exclamaciones sobre el papel tapiz vintage lo que los ha puesto incómodos? Cualquier rastro de objetividad editorial parece desvanecerse una vez que entro en su casa de poco más de 90 metros cuadrados, con las paredes cubiertas con un tipo de papel tapiz antiguo de los años 30, como el que decoraba el salón en una película de Astaire-Rogers.