Dueño y señor del Palacio

FUE EL PRIMER ARTISTA EN SU TIPO AL QUE LE ABRIERON EL MÁXIMO RECINTO CULTURAL DE MÉXICO, HAZAÑA QUE REPITIÓ EN DOS OCASIONES.

En 1990, la presencia de un cantante popular en el Palacio de Bellas Artes era algo impensable, pero Juan Gabriel derribó esos prejuicios. No había referente de un concierto parecido en el máximo recinto cultural de México y, aunque él ya era una figura importante que vendía discos por millones, los puristas lo consideraban un artista menor para ocupar semejante escenario. Cuenta la leyenda que el cantautor tuvo la idea de presentarse ahí 20 años antes, cuando dormía en las bancas de la Alameda Central o afuera del Teatro Blanquita donde, guitarra al hombro, perseguía a las estrellas del momento para cantarles sus canciones. Otras versiones apuntan que María Esther del Pozo, asistente de Víctor Sandoval de León, entonces director del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), fue quien propuso el polémico evento. Críticas y ataques homófobos no se hicieron esperar, sin imaginar que se gestaba uno de los espectáculos más recordados de los últimos tiempos. El entonces director de Conaculta, Víctor Flores Olea, anunció que las ganancias del evento se destinarían a la Orquesta Sinfónica Nacional, pero no cedió ante las exigencias de cancelar el concierto; eso sólo acrecentó la expectativa, al punto que hubo gente que pagó entre 70 mil y 300 mil pesos de la época por una entrada. Hasta que, por fin, llegó el esperado día.