Asterix y la fuente de la eterna juventud

En octubre de 1959, los franceses René Goscinny y Albert Uderzo publicaron un tebeo que enseguida conquistó toda la Galia. ¿Toda? Sí, sí, toda, sin excepciones. Y poco a poco, a golpe de hilarantes viñetas, también el mundo entero. Sesenta años después, ya sin sus creadores originales, Astérix y Obélix siguen comiendo jabalíes asados, viviendo aventuras y, de paso, haciendo volar por los aires a los pobres soldados romanos.

- Por Josan Hatero

EN UN LUGAR DE LA GALIA

Todo comenzó cuando el guionista Goscinny y el dibujante Uderzo se conocieron, se cayeron bien y decidieron crear un cómic que le diera una vuelta a los estereotipos de la época. La idea era imaginar un tebeo de humor y aventuras con un protagonista que no fuera alto y musculoso, a la manera de los superhéroes de los tebeos norteamericanos, sino pequeño y delgado, de andar por casa. Sin disfraz ni antifaz, aunque con un gracioso casco alado y un bigotazo rubio. Así nació Astérix, para cuyo nombre se inspiraron en el símbolo tipográfico del asterisco. Buenos conocedores de la fórmula cervantina, Gosciny y Uderzo sabían que necesitaban un Sancho Panza a su Quijote, y dibujaron la rotunda figura del bruto y comilón Obélix («Yo no estoy gordo, es que soy bajo de tórax»), el personaje favorito de gran parte de los lectores fieles visitantes de la aldea gala (en una encuesta, ¡los estudiantes franceses lo escogieron como el galo más sexy!).