Sólo eran unas chicas

La joven escritora Emma Cline sorprende a público y crítica con su primera novela, Las chicas (Anagrama), una de las novedades de la rentrée otoñal que másha dado que hablar.

- Raquel Moraleja

“Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas”. El lector, ante esta primera frase que abre el libro –ni una dedicatoria, una cita, un primer capítulo–, fácilmente puede imaginar la escena. Es verano. Huele a polvo, al cloro de las piscinas que se montan en el patio trasero, a la sandía que se vuelve ácida olvidada en la mesa de la cocina. Una chica oye unas risas, dulces a la par que escandalosas, y cuando se gira mirar descubre a otras chicas que nunca antes había visto. No mucho mayores que ella, pero lo suficiente como para fascinarla. Vestidos largos y sueltos manchados de barro. El pelo largo y algo enmarañado brillando al sol. Las pulseras de hojalata tintineando en sus brazos flacos. Vuelven a reír, andan descalzas, encienden un cigarro de marihuana. Son libres. Y ella, la chica que mira, quiere ser libre. Pero ante todo quiere ser amada.

Emma Cline (Sonoma, 1989) ha sabido resumir de manera magistral lo que significa crecer siendo chica en una sencilla idea perdida entre las más de trescientas páginas de su primera novela. Mientras los chicos crecen dedicando el tiempo a convertirse en ellos mismos, las chicas crecen aprendiendo de revistas femeninas, series de televisión y las unas de las otras cómo convertirse en la clase de mujer que les pueda gustar a ellos.