EL MILLONARIO CONTRATO de Shonda Rhimes con Netflix entrega su primer fruto. Los Bridgerton es la adaptación de las populares novelas de Julia Quinn, una saga romántica que bebe de Jane Austen, aunque quizá habría escandalizado hasta a Jane Austen. Una saga que volvió loca a la reina Midas de la nueva televisión. “Recuerdo que llegué al punto de dar miedo a la gente porque iba diciendo: ‘Tenemos que conseguir los derechos de estas novelas románticas: son picantes, son sexy y son muy interesantes”, explicaba hace meses la creadora detrás de Anatomía de Grey o Scandal.
En su productora, Shondaland, sí lo vieron como una locura: una mujer que se ha especializado en dramas muy contemporáneos, que ha reflejado la diversidad racial, sexual, de género en sus series de éxito, escogiendo una historia de época, de clases privilegiadas británicas y, a priori, muy blancas. Pero claro, Rhimes solo estaba viendo un escenario: el periodo de Regencia, entre el siglo XVII y XVIII, en Londres y la campiña inglesa, bailes y palacios, picnics en el parque y tardes de té, en el que colocar a unos personajes que hablaran de temas de los que hablamos hoy. Unos personajes, de hecho, tan diversos como se mueven hoy en nuestra sociedad: la reina Charlotte (Golda Rosheuvel), por ejemplo, es mulata y el galán protagonista, Simon, el Duque de Hastings (Regé-Jean Page), es negro. “Los Bridgerton no es una lección de historia, es una serie para una audiencia moderna”, defiende la propia autora, Julia Quinn, quien ha estado presente en todos los pasos de la adaptación de sus libros.
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