Love Island ¿problemas en el paraíso?

Este reality show británico no solo está monopolizando el tiempo de sus fans, sino también su dinero y maquillaje. Kate Pasola cuestiona qué tanto les afecta este golpe económico en otros aspectos, una realidad común para los seguidores de los programas de este género que es fenómeno mundial.

El reality show acapara hoy tu verano (donde aproximadamente doce atractivos solteros intercambian parejas en busca del amor, un premio en efectivo además de miles de nuevos seguidores en Instagram), y ha sido una sensación de la pantalla chica durante los últimos cinco años. Y mientras los concursantes sonríen ante las cámaras, con dentaduras hermosas y completamente blancas, mi lengua se desliza entre mis propios dientes: tamaño promedio, con manchas de café y uno chueco que pensaba ya tenerlo superado.

Y no se detiene con los dientes. Mientras los participantes se sientan en la alberca, coqueteando y acomodando las cintas de sus bikinis con sus uñas acrílicas, analizo las mías y también me doy cuenta de lo reseca y opaca que se ve mi piel, o me quedo hipnotizada por sus melenas en todos los tonos que te puedas imaginar. Es sutil y frecuentemente inconsciente, pero ahí está, el impulso repentino, inesperado e irresistible de hacerme una “actualización”.

Es importante saber que (sin contar el ocasional desbalance hormonal) mi autoestima no es particularmente volátil. Invierto mucha energía tratando de verme diferente a los demás, perforándome la nariz, cazando en tiendas extrañas prendas únicas o pintando mi pelo de color anaranjado, dejando que después se decolore para tener un tono kaki. No soy el mercado de Love Island, ni me considero susceptible a la atracción de la autorreinvención. Pero ¿por qué cuando aparecen los créditos, termino indistintamente intoxicada con 20 pestañas en Google buscando una transformación cosmética?