Vida e historia de los gemelos unidos – La carne que nos une

A lo largo de la historia los gemelos unidos han sido vistos como atracciones de circo, presagios de mala suerte o anormalidades médicas.

- Sarai J. Rangel

He pasado las últimas dos horas y media tratando de convencer a un amigo, vía telefónica, de que no todo lo malo en su vida es culpa de su nariz o, en general, de su cara. Le esgrimo mis mejores argumentos sobre la necedad de siempre estar inconformes con nuestra apariencia, viviendo atormentados por este o aquel ‘defecto’. Tras colgar, regreso a mi lectura: Mutantes. De la variedad genética y el cuerpo humano (2004), del neozelandés Armand Marie Leroi. ‘Qué ad hoc’, pienso. Ellos realmente tienen algo de qué quejarse. En las personas que aparecen en este libro los genes se han puesto creativos dando como resultado las más extravagantes fisonomías: desde niños con un solo ojo hasta hombres con extremidades más parecidas a pinzas de langostas que a manos y piernas; familias enteras cuyos miembros están cubiertos por una densa masa de pelo, o que apenas alcanzan el metro de altura. La mayoría de estas deformidades derivan de raros síndromes o mutaciones genéticas, explica el profesor Armand Leroi en su introducción.

Cambio la página, y la imagen que se descubre me hace tragar saliva. Es un dibujo a lápiz, pero me cuesta uno o dos segundos procesar de qué va: es una niña. No, dos. Al menos son dos las cabezas, no así las caderas y piernas, que son únicas, compartidas. Es lo que vulgarmente se conoce como una (¿unas?) siamesa(s): hermanos gemelos que por razones que ni los mismos médicos terminan de entender nacen conectados en alguna parte de su anatomía por ligamentos, carne, huesos u órganos.