La Francia profunda

En lo más profundo y rural de la región de Borgoña, un recorrido fluvial por los canales nos muestra un paisaje de iglesias medievales y viñedos, donde la vida tradicional francesa sigue discurriendo a un ritmo más pausado.

- Texto Katharine Norbury. Fotografías River Thompson @riverthompson

DESDE LA CIMA DE UN RISCO CALIZO, el canal de Nivernais no parece más ancho que una cenefa y la barcaza detenida en el canal tampoco parece más grande que un juguete. El único sonido es el que hace el viento, muy por debajo de mi posición, contra las copas de los árboles. Se hace extraño pensar que este bosque era, en tiempos remotos, el lecho marino, y que los tiburones se deslizaban por las aguas a la altura de la vista. Me encuentro en este momento en pleno interior, a medio camino de los 177 kilómetros de río canalizado que atraviesa la Borgoña, conectando el valle del Sena, al norte de Francia, con el valle del Loira, al sur.

Mi viaje había comenzado un par de días antes en la ciudad galo-romana de Auxerre. “Bienvenido al Randle”, había dicho el capitán Tim Harrold mientras subía a bordo de su barcaza y me acostumbraba a la sensación de estar flotando. “Lo tradicional es bautizar tu barco con el nombre de la persona amada –apunta Tim–, pero Randle bautizó su barcaza con su propio nombre”. Tim explicó cómo el propietario original de la barcaza se había hecho con el timón de la nave, los ojos de buey y el motor de entre una ecléctica variedad de barcos, que iban desde un pequeño bote escocés para la pesca de arenques hasta un crucero que había intervenido en la guerra de las Malvinas. Tim había amarrado el Randle para pasar la noche y, sin embargo, todavía faltaban varias horas hasta la cena, así que subimos al muelle y salimos a explorar Auxerre.