Volver a las raíces: esa era la consigna. Tras dos filmes poco lucidos para despedir la continuidad original, por no hablar de Aliens vs. Predator y su secuela, la saga Alien perdía su aura (viscosa) a toda máquina sin que el regreso de Ridley Scott a ese espacio donde nadie puede oír tus gritos consiguiese arreglar nada (más bien lo contrario). Así pues, el fandom xenomorfo agradeció la llegada de un director que prometía devolvernos los chorreones de fluidos, la claustrofobia y esas carreras desesperadas huyendo de engendros hambrientos y babeantes. Su nombre es Fede Álvarez y, de nuevo con Rodo Sayagues al guion, firma Alien: Romulus, la primera entrega del serial tras la absorción de 20th Century Fox por Disney.
Responsables de la estupenda No respires (2016) y su secuela de 2021, Álvarez y Sayagues tienen experiencia en arrancar franquicias de las garras de la autoparodia: esa fue su táctica en Posesión infernal (2013), reboot del clásico de Sam Raimi sin rastro de chistes o slapstick. Otro relanzamiento de terror en el que anduvieron involucrados como productores (La matanza de Texas, 2022) salió bastante peor, pero aun así Disney confía en ellos lo suficiente como para entregarles las llaves de un Ferrari que renquea (creativamente) desde 1993. Y la fórmula del dúo para devolverle el reprís a Alien pasa por incorporar un elemento que, según se mire, acongoja más que cualquier horror surgido del vacío cósmico: el tránsito de la adolescencia a la edad adulta.
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