Honestamente, hay demasiados ejemplos que podríamos contar.
Aquí hay uno: un día, salí de una reunión de trabajo, tomé mi celular y vi 85, oh, espera, 92 nuevos mensajes en el chat grupal. Mis amigas y yo estábamos a punto de pasar un fin de semana en Boston. Y bueno, este fue el infierno que significó planear aquel viaje con mi squad (o cena, o fiesta, o brunch, o clase de fitness).
Whitney preguntaba si saldríamos o nos quedaríamos el viernes por la noche. Lilly nos recordaba que empacáramos algo verde y también los planes de happy hour: "¿Qué tan pobres queremos ser realmente después de tomar mimosas malas?". Lindsey tenía las mismas preguntas, más las de la cena. Había muchos emojis de tacos.
Ni siquiera recuerdo cuántos mensajes 1:1 en Gchat respondí para cuando regresé a mi escritorio. Lindsey todavía preguntaba por la comida (sí, sí quiero snacks) y la hora del autobús (sí, nos vemos en la estación). Lilly me estaba haciendo segunda en mis quejas sobre el drama que permanecerá sin nombre. Luego me llegó un email con un itinerario de fin de semana... y, de alguna manera, ya tenía tres respuestas.
En Snapchat, dos amigas que no irían estaban (OMG) demasiado tristes. Rápido les mandé un: "¡Ojalá las dos pudieran estar ahí!", selfie de cara triste antes de revisar Instagram, donde Whitney ya había mandado por DM un bar a donde íbamos a ir. Y contesté ¡superemocionada! Algunos podrían llamar a esto agotador. Para la mayoría de nosotras es solo nuestra gran amistad.
Denne historien er fra Septiembre 2022-utgaven av Cosmopolitan México.
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