La sal de la tierra

Mineralidad de gusto histórico, una joya de Zapotitlán Salinas que se debería valorar.

- Texto y fotos por Raquel del Castillo

Aquí hubo un mar profundo. Su oleaje quedó reducido a un eco de viento que sopla entre los áridos cerros de Zapotitlán, sitio vigilado por cactáceas altas. A un costado de la carretera, cerca del Jardín Botánico Helia Bravo Hollis, los brazos de lo que antes era océano descansan en piletas cuadradas azul turquesa.

El oleaje se dispersó entre caricias airadas del Golfo que bajan de la colina, las pisadas de los salineros, el arrastre de costales de yute y el andar de los autos. Es mediodía. La luz resulta intensa cuando se está parado sobre la sal. Para tener una vista completa del paisaje, los ojos deben estar entreabiertos. Aquí vivieron mixtecos y popolocas, dos pueblos originarios que elaboraban vasijas de barro. En éstas hervían el agua y, al evaporarse por completo, rompían las piezas para obtener placas de sal.

En lo que antes era la ciudad de Cuthá, descansan los cristales que se obtienen por efecto de la vaporización del agua resguardada en grandes piletas bajo el efecto del intenso sol.