Quioscos, poetas y árboles

Quioscos, poetas y árboles

- Fotos Ana Blumenkron, Jessica Sauza y Leonardo Pérez

Poner un pie en este barrio es entrar a un pueblo que ha quedado encapsulado por la ciudad. Aquí todo el mundo se conoce, todo se hace a pie, los pequeños comercios son de los mismos vecinos, los niños juegan cascarita en la calle, las fiestas se hacen en los patios de las vecindades y la gente sigue paseando en el parque a las diez de la noche.

El origen de todas estas bondades está, precisamente, en la fundación de ésta, la primera colonia de la Ciudad de México. Allá por 1859, los hermanos Flores fraccionaron los terrenos de los ranchos Santa María, La Teja y Los Cuartos, con la intención de albergar a la naciente clase media capitalina. La traza reticular, el alumbrado público, el agua potable y los demás servicios tardaron algunos años en llegar, pero estuvieron tan bien hechos que han soportado más de un siglo de transformaciones urbanas.

Este barrio es famoso por guardar tesoros arquitectónicos del eclecticismo de principios de siglo XX, como el kiosco morisco y los museos de Geología y del Chopo. Sin embargo, hay un sinfín de casonas cuyos detalles arabescos y chinescos reflejan las aspiraciones de aquella sociedad modernista y nostálgica a la vez. Esta pequeña ciudad fuera de la gran ciudad nació con suficientes escuelas, oficinas, comercios, templos, avenidas, mercados y servicios públicos para todos sus habitantes. Tanto que aún es posible ver por dónde corrían las líneas del tranvía, cuya tenacidad emerge del pavimento cada temporada de lluvias.