He amado la moda desde que era una niña. Siempre me gustó vestirme y mi madre era una mujer muy chic. Recuerdo una ocasión cuando las Pascuas estaban por llegar y no tenía un outfit para usar en el gran desfile de la Quinta Avenida. Era la cumbre de la Gran Depresión y mi madre estaba demasiado ocupada estableciendo su negocio como para llevarme de compras, por lo que me dijo: “Te daré 25 dólares”, que era una cantidad bastante generosa en ese entonces, “puedes ir a la ciudad y comprarte un lindo atuendo”. Estaba llena de alegría y me fui directamente a S Klein, la tatarabuela de todas las tiendas de descuentos en Manhattan, porque sabía que encontraría grandes ofertas. De inmediato hallé un vestido que simplemente tenía que comprar, pero recordé a mi madre diciéndome que nunca debía adquirir lo primero que viera, sino hacer una comparación de prendas. Así que fui a la parte norte de la ciudad y busqué en las grandes tiendas departamentales -Macy’s, Lord & Taylor, Best & Company–, donde naturalmente todo se encontraba más caro. Decidí regresar y comprar ese vestido, pero cuando volví ¡ya no estaba! Desconsolada y sin descanso miré en todos los exhibidores, lo encontré, le di gracias a Dios y 12 dólares y 0.98 centavos al cajero. Coloqué ese vestido en mis pequeñas manos y me dirigí a adornar mi premio con los accesorios adecuados. Me compré unos hermosos zapatos de cuero por sólo 3.98 dólares, un lindo gorro, un par de guantes y aún tenía cambio para tomar el tren de regreso a Queens.
This story is from the Octubre 2020 edition of Harper's Bazaar en Español.
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