Precisamente en invierno, cuando los fríos y las nieves se generalizan, llega a nuestros territorios corceros la época más adecuada para acometer en ellos una necesaria tarea de gestión: la del control numérico de las hembras de la especie. Es esta una labor cada vez más irrenunciable para la salud de las poblaciones españolas de Capreolus capreolus, lo que ponen bien de manifiesto diversos síntomas, como reflejábamos ya en el pasado núemro de esta revista.
En el artículo anterior se intentó dejar bien sentada la acuciante necesidad –para conseguir reducir la densidad de animales y reajustar la proporción natural de sexo– de cazar hembras de corzo en extensas comarcas del territorio ocupado por la especie en España. En el citado artículo quedó establecido que dicha proporción natural, según todas las investigaciones, raramente llega a ser siquiera de dos hembras por macho, siendo habitual que la ratio se halle entre 1/1 y 1/1,6. El problema ante el que nos encontramos deriva de que, como consecuencia de años de caza sesgada que solo ha puesto a los machos por objetivo, casi asusta expresar en un quebrado la situación que hoy se da en una buena parte del área de distribución del Capreolus capreolus en la Península Ibérica. Cualquiera que pise campo por algunas zonas de Burgos, Soria o Guadalajara, por ejemplo, podría afirmar lo mismo que yo. A saber: que existen bastantes acotados en los que no es una exageración decir que pueden verse usualmente cuatro, seis y hasta ocho hembras por cada macho; lo que, traducido a números, implica una razón de sexos de 1/4, 1/6 o 1/8, algo demasiado alejado de cualquier proporción natural. Añádase a ello la perniciosa influencia que para el vigor y estado de salud de los machos (y, por consiguiente, de sus cuernas) tiene esa sobreabundancia de hembras, hecho suficientemente conocido por la mayoría, y se entenderá claramente la necesidad de corregir sin demora esa situación. Indicadores naturales de excesos de densidad, como las infestaciones parasitarias por Cephenemyia o Hypoderma, cada vez más extendidas, o daños inaceptables en algunos cultivos, deben también hacernos tener ojos para la luz roja de la alarma que significan.
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