Al hilo de la publicación de Mi Pecado (Editorial Espasa), me preguntan si Los Ángeles ha cambiado. Sí y no. Obviamente ha cambiado, ha crecido sin parar. La forma de hacer cine también ha cambiado; Hollywood no escapa a la revolución digital. Pero su espíritu, su esencia íntima y profunda, esa permanece incólume.
Cuando la actriz Conchita Montenegro llegó en 1930, quiso entender el paisaje. El contraste entre las casitas bajas rodeadas de jardincitos con palmeras y la ausencia de niños jugando en las aceras la impresionó. Nadie paseaba por las calles. El centro no existía. Los Ángeles lo componían unos 60 suburbios que, casi 100 años después, siguen en busca de una ciudad.
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