A traves del Viento

Un corredor descubre una nueva paz cuando deja de combatir las cosas que no puede cambiar.

- Jonathan Beverly

ANTES DE SALIR por la puerta dispuesto a correr, reviso el clima. No para ver qué tanto calor o frío hará, sino para saber qué tan fuerte es la velocidad del viento. Fuera de mi casa en las planicies de Nebraska, regularmente llega a más de 30 km/h. El viento afecta mis entrenamientos más que cualquier otra variable.

Durante la primera década que viví aquí, me enfrenté al viento. Programaba mis tiempos centrándome en las ráfagas, levantándome antes de que la brisa ganara fuerza o esperando a que amaneciera cuando las velocidades eran de un solo dígito. Diseñé una ruta, en dirección del viento para que no fuera tan complicado. Cuando no podía evitarlo, lo enfrentaba, apretando los dientes hasta que pudiera regresar. A veces el viento ganaba y no salía para nada. Entonces, un día comencé a ponerle atención a los halcones.

Estaba haciendo un recorrido de 10 kilómetros una mañana del otoño, sintiéndome más animado de lo normal respecto al ejercicio del día anterior y corriendo a través de los ventarrones que soplaban frente a mí, y haciendo que cada paso se sintiera como un gran esfuerzo. Después una sombra se movió en el camino. Levanté la mirada y vi a un halcón expandir sus alas despegando de un poste telefónico.

Frecuentemente veo a los halcones en mis recorridos y siempre he disfrutado su belleza y elegancia. Pero este día, me di cuenta que a pesar del viento, esta ave rapaz no tenía problemas para avanzar, aleteando sin complicaciones para mantenerse a flote. En vez de eso, se elevaba y bajaba en picada. Se deslizaba con gracia por encima de mi cabeza. Aceptaba al viento, lo usaba a su favor, e incluso jugaba con él.