Más allá de la coyuntura actual y las vicisitudes temporales (escribo estas líneas sin saber quién será el nuevo presidente), México tiene un gran pendiente: un nudo visceral –quizá de nacimiento– que no hemos podido desanudar. Ni los trescientos años virreinales, ni los caudillos decimonónicos, ni la Revolución y su régimen heredero, pudieron aclararlo: ¿Quiénes somos? Más aún: ¿quiénes somos y qué queremos? ¿Qué queremos y adónde vamos?
El asunto de la identidad nacional es tan viejo como el choque de civilizaciones que nos engendró. Lo han estudiado filósofos, historiadores, antropólogos y poetas: desde Samuel Ramos y Octavio Paz, hasta Claudio Lomnitz y Roger Bartra. Su logro es haber descubierto esevacío y revelado esa ausencia; y desde ahí, acaso dilucidar sus formas y manifestaciones, sus expresiones idiosincráticas, sus corolarios. Pero todos coinciden en que somos adolescentes –adolecemos de un pacto de identidad–. Si en un inicio nos refugiamos en la contrarreforma y el catolicismo, si llegamos tarde al liberalismo y terminamos en manos del nacionalismo revolucionario, fue porque buscábamos cobijarnos de la incertidumbre pueril. Pero aquellas fórmulas fracasaron –unas a mi juicio más que otras– porque no lograron definir qué significa ser mexicano: aún es un enigma.
この記事は Tec Review の Julio/Agosto 2018 版に掲載されています。
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