El latido de la selva se siente desde el aire. La adrenalina corre por las venas cuando a tus pies se extiende todo ese gran encarpetado verde, sólo surcado por el marrón y serpenteante río amazonas, el afluente de 6,275 kilómetros que inicia su marcha impávida en los andes peruanos y culmina en pará, al norte de Brasil.
Precisamente, en la región brasileña se acomoda Manaos, capital del estado de Amazonia. Dicen los entendidos que es el punto de partida para dar comienzo a la fascinante aventura, quizá se deba a su belleza arquitectónica, cuando esta ciudad, fundada en 1669, vivió sus mejores épocas a finales del siglo XIX como fruto de la exportación del caucho. De aquellos buenos tiempos conserva algunos vestigios: el Teatro Amazonas, construido en 1896, el Palacio y el Mercado Municipal o la Aduana. Junto a estos testimonios arquitectónicos de ese pasado de esplendor conviven modernísimos edificios, hoteles de lujo, centros comerciales y congestionadas avenidas... Definitivamente es una urbe de contrastes.
Allí viven 1.5 millones de almas que, orgullosas de su Río Negro, el cual baña sus costas, y la impactante selva amazónica, invitan a los excursionistas a descubrir todos sus recovecos, tal y como lo hiciera Francisco de Orellana, el primer explorador de la frondosa región.
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