Entre vestigios prehispánicos, arquitectura colonial, ocupaciones piratas y maravillosas costumbres está una ciudad amurallada que tiene todo menos fronteras.
En cuanto llegué lo primero que sentí fue el calor húmedo rozando mis mejillas, como a mediodía fui hacia Puerta Campeche, el lugar en el que me hospedaría esa noche. Después de botar todo el equipaje desenredé la hamaca que colgaba de una pared y la crucé por mi habitación. Una vez instalada subí a la azotea del hotel, Campeche es una ciudad amurallada y desde las alturas se ven los muros que servían para protegerla.
Después de la panorámica mental y ya con el estómago crujiendo me dejé llevar por los ceviches que elaboró Ignacio Bañuelos, chef ejecutivo del hotel, que ya esperaban en la mesa. Tras la comida, con el ánimo listo para explorar, salí a conocer el destino a pie. Campeche fue un lugar atacado por piratas, de ahí que se protegieran con murallas sus puntos cardinales. Empecé por la Puerta de Tierra, que aún conserva un cañón rescatado de un naufragio, luego subí a la fortaleza y caminé por ella. Se conservan pocos kilómetros, pero caminar sobre los restos es como un viaje al pasado, a esa latitud el aire se siente más limpio, la ciudad que se divisa pequeña se ve más bonita y más colorida.
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