Hay una isla balear para todos, pero probablemente todos quieren estar en Formentera. De casi el mismo tamaño que Manhattan, Formentera es un pedacito de roca caliza rodeado de playas arenosas, aguas turquesas y puestas de sol con sabor a mojito.
La única forma de llegar a Formentera es a través del mar, en un ferry que conecta Ibiza con la isla en aproximadamente media hora de trayecto. Tal vez sea este factor, sumado a la conciencia responsable de los habitantes de Formentera, lo que ha logrado que este destino paradisíaco se mantenga prácticamente intacto a lo largo de los años. Puramente mediterránea, el valor de Formentera no solo está en lo que se disfruta, sino también en lo que no se ve, como el inmenso jardín de posidonia situado entre Ibiza y Formentera que es el más grande del mundo, abarca 8 kilómetros de longitud y cuenta con más de 100.000 años de antigüedad. Gracias a esta pradera submarina la isla presume del color de sus aguas y de la buena salud de estas, aunque el fondeo de las embarcaciones o la contaminación dificulten, a veces, su buena salud marina. En tierra firme, los poco más de 80 kilómetros de longitud de la isla están bendecidos con más de 300 días de sol al año, veranos cálidos e inviernos templados que permiten campar a sus anchas a la típica vegetación mediterránea que puebla la isla, que combina zonas de dunas con bosques de pino y de la característica sabina, el olor de la isla.
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