La aventura por la costa del Pacífico en uno de los países menos explorados por el turismo supone una sorpresa tras otra, al ir descubriendo sus ciudades coloniales, sus volcanes, las rutas del café y del tabaco y una afable población.
Al aterrizar en Managua se respira un aire húmedo cargado de esencias dulces y amargas y al entrar en la ciudad los árboles de la vida sorprenden cuando, al circular por la avenida de Bolívar, una secuencia de estructuras diseñadas según la adaptación del árbol de la vida de Gustav Klimt, protagonizan las rotondas de la capital nicaragüense. La idea original partió de la primera dama, Rosario Murillo, quien adivinó en los curiosos artífices de 14 metros de altura un original símbolo del Sandinismo y del régimen de Ortega. Atravesando ésta avenida forestal que se ilumina al anochecer se pasa por la antigua catedral de Managua que, aún por restaurar, habla de la historia de la ciudad y de sus desastres naturales. A orillas del lago de Managua, réplicas de las casas del poeta nacional Rubén Darío y de Augusto Sandino ofrecen un paseo por la literatura y la controvertida política del país centroamericano.
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