Sin conflictos

¿Acaso los diamantes de laboratorio nos regresaron la ilusión de portar un imponente anillo de compromiso libre de crueldad?

- María José Gonzálvez

FRAGMENTO DE HISTORIA Un águila lleva collar de diamantes, antes propiedad de la esposa de Napoleón Bonaparte, Marie-Louise, fotografiada por Irving Penn, en 1961, para Vogue.

Siempre he pensado que los diamantes son la muestra más profunda de amor, porque esa es la historia con la que crecemos. Yo soñaba con encontrar a mi “media naranja” y que en algún momento mi “otra mitad” me regalaría un anillo con un imponente diamante. Mi obsesión era tan grande, que instalé en mi celular la aplicación de Tiffany para probarme virtualmente anillos de compromiso (yo quería el Tiffany Novo con un diamante de 1.5 quilates, porque recién había visto el filme de Kate Hudson y Anne Hathaway, Bride Wars). Pero al crecer y madurar, me di cuenta que había una gran probabilidad de que esa roca no llegara a mí jamás, y no lo digo porque no haya ya encontrado al “amor de mi vida”, sino porque comprar un diamante grande le llevaría a mi pareja casi una vida entera financiarlo. (La creencia popular es que un anillo de compromiso debe costar máximo tres meses del sueldo de quien lo compra y lo regalará).