La persona tras la imagen

A propósito del estreno de Un día lluvioso en Nueva York, la más reciente película de Woody Allen, presentamos una reflexión sobre las dinámicas de poder en el arte que dificultan la separación del hombre de su obra.

- Por Alonso Díaz De La Vega

Descubrimos a nuestros héroes por sus victorias. A Emilio Fernández lo conocemos, por ejemplo, porque con María Candelaria (1944) consiguió el único Gran Premio del Festival de Cannes para una película enteramente mexicana. Le celebramos su compleja visión de la mujer y su defensa de los pueblos indígenas porque fueron ideas singulares en un tiempo de racismo y misoginia, pero también privilegiamos los logros porque nadie –o casi nadie– supo sobre sus crímenes antes de ver su filmografía. ¿Quién supo primero que Fernández escribió un artículo antisemita en 1956, donde denunciaba a los productores judíos que, según él, sólo se interesaban en el dinero? ¿Quién supo desde un principio que en 1959 mató a un periodista, y en 1976 a un campesino como los que su cine solía defender? Uno desearía que la respuesta fuera “nadie” y que esa ignorancia fuera la sola garantía de su trascendencia; sin embargo, aunque así fuera, el arte entorpece la razón. Si, como lo sugería el teórico dramático Eric Bentley, el placer más grande de ver, leer y oír historias es identificarse con sus personajes, la obra se vuelve, más que nuestra, nosotros. Es difícil renunciar a ella y a lo que nos ha dado porque eso parece anularnos.