¿Qué tendrán que ver?, se preguntarán ustedes. Tampoco yo lo tengo muy claro, pero vamos a desarrollar la idea. Las abejas son esos insectos de los que todos hemos oído hablar, nos han sorprendido en algún documental, sabemos que hay una reina, zánganos, fabrican miel, jalea real, cera... y pican.
¿Y de los apicultores? Pues no sabemos prácticamente nada. Si acaso hemos conocido a alguno, resultaba ser un tipo tranquilo, pastueño, con una percepción que parecía mirar a través de las cosas, reflexivo conversador y algo hechicero, al saber tratar sonriendo a bichos con aguijón. Poco parecido a la imagen que ostentamos los cazadores, con el estereotipado patrón de violentos, sanguinarios, brutos, fanfarrones, poco fiables y, probablemente, con una alfabetización reciente y somera.
Hace dos años me hice apicultor. La primera temporada las pasé canutas. Supongo que por ignorancia. A pesar de que me había tragado tres tratados de apicultura, les hice a mis cinco colmenas todo tipo de involuntarias barrabasadas y desafueros, eso sí, con la mejor intención. Como la citada ignorancia ya se sabe que es muy atrevida, razoné al empezar que, al igual que podía manejar poblaciones de ungulados cinegéticos con cierta pericia, esto de las abejas estaba ‘chupao’: ¡descomunal error! Les puedo asegurar que el manejo de un colmenar -y sus extraordinariamente múltiples complejidades e interrelaciones- es más difícil de comprender que la física cuántica, el comportamiento de los corzos entre mayo y junio o la factura de la electricidad.
GRAVES PELIGROS
Bu hikaye Caza Mayor dergisinin Junio 2019 sayısından alınmıştır.
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