Una Vida Nuclear

Solemos relacionar la energía nuclear con la producción de electricidad o con las armas atómicas, pero todos los días la usamos de muy distintas formas: en el estudio del pasado, en ciertos tipos de diagnóstico médico por imágenes, en el tratamiento del cáncer...

- Miguel Angel Sabadell

No solemos percatarnos de que vivimos inmersos en un mundo de aplicaciones atómicas. Desde que en 1954 entrase en funcionamiento la primera central eléctrica que hacía uso de esta tecnología, en la ciudad de Óbninsk, cerca de Moscú, solemos relacionar la física nuclear casi exclusivamente con la generación de energía. También con el mundo militar. No obstante, es omnipresente en nuestro día a día. La encontramos en los detectores de humo de nuestros hogares, en los controles de aduanas, en la alimentación, en la indus tria, en el transporte, en el medioambiente y, por supuesto, en la medicina, el campo donde quizá más reconocemos su presencia.

De hecho, podría decirse que nos encontramos sumidos en una gran piscina radiactiva natural. Entre dos latidos del corazón se desintegran en nuestro cuerpo de 8.000 a 10.000 núcleos atómicos. Cada hora, unos 30.000 desaparecen en nuestros pulmones simplemente por la presencia de isótopos radiactivos en el aire que respiramos. Debido a los alimentos que consumimos, unos 15 millones de núcleos de potasio-40 (40K) y unos 7.000 de uranio natural se desintegran en nuestro estómago e intestinos. Pasar las vacaciones en la costa nos proporciona un aporte adicional de radiactividad: en un metro cúbico de agua de mar se desintegran 10.000 átomos por segundo. Cambiar la playa por la montaña no mejora mucho las cosas: en los Pirineos o en los Picos de Europa recibimos tres veces más radiación que en cualquier playa.