Nadar

Zambúllete

Nadar en agua fría detiene tu corazón, pero lo llena de alegría.

- Neil King

Las temperaturas gélidas no impiden que los amantes del agua se sumerjan en el fiordo Geirangerfjord de Noruega. Salto en el embalse de Blue Mesa en Colorado (p. Op.).

Cuando mi primer hija tenía tres semanas de nacida la sumergí en el Mediterráneo, a una hora de Roma. Lloró. A los dos años suplicaba salir a pisar los charcos de lluvia en Bruselas. La dejé. Cuando tenía siete, me pedía arrojarla al gélido río Roaring Fork, a las afueras de Aspen. Lo hice con alegría, y después me zambullí.

Con el paso de los años nos retamos el uno al otro a sumergirnos en el lago Míchigan o en lagos alpinos, a los pies de un glaciar. ¿Sumergirse al norte del Atlántico tres días antes de Navidad? Sin duda. Nada supera nadar.

Así que no me sorprendió la respuesta de Lilly cuando le presenté una oferta al graduarse de la universidad: una aventura padre-hija a cualquier lugar. Luego de pensarlo por unos días, me envió un mensaje con su respuesta: “Nademos en los fiordos de Noruega”.

Me gustó la idea de deambular en Noruega occidental en busca de pozas para nadar con una hija a punto de entrar en la adultez. Se graduaría en junio, aún días fríos en el país escandinavo. ¿Por qué no la costa Dálmata o Escocia? No. Era Noruega.

En cuanto formamos nuestro coche rentado para tomar el ferry, que cruza el fiordo de Hardangerfjord desde la aldea de Tørvikbygd, tuvimos nuestras inquietudes. Salí del auto y me dirigí a un embarcadero para sentir el agua. Metí el brazo hasta el codo y los dedos me comenzaron a hormiguear después unos 30 segundos. “¿Cómo se siente?” Preguntó Lilly. “Vigorizante”, le dije.